De repente tenía miedo. Se empapó fugazmente de mentiras que pensó inmensas en el ayer. El cuerpo le seguía temblando, el estómago se le encogía, el semblante se reflejaba en una simple epifanía. Ésta vez el viejecillo percibió el recuerdo hiriente de aquella enamorada que siempre se resistió a entregarle el eco del tiempo. Se creía valiente, invencible, fuerte e indestructible, pero ella le desarmaba desde aquella simple mirada.
Él, nunca pudo robarle el corazón pues aún siente el regocijo de su amor.